Es un día como cualquier otro, con las tareas del hogar por hacer, el sueño enganchado a mis talones, y las noticias de un mundo que no es… salida a la compra a cuarenta grados, calles desiertas, pájaros invisibles.
Aún así no sé porqué, me siento muy despierta, muy lúcida y presente. Me siento parte del paisaje, y no sólo de los árboles, plantas y animales. Me siento parte del asfalto, de los ladrillos, de las farolas y los cables del teléfono que van cargados de datos.
Me concentro en esa sensación tan real, y se presenta ante mí mi vida entera (la actual) como si tal cosa. ¡Y la acepto!, sí, sí, con sus zurzidos y rodillas desgastadas. Con las lágrimas del parbulario y las hombreras noventeras (ups, qué pintas). De repente todo está aquí, cada episodio al alcance de mi mano. Y decido echar una ojeada, así rapidito, y tras unas risas cómplices conmigo misma, me quedo irremediablemente contigo.
¡Madre mía, cuantos años! Cuantas cosas hemos hecho y qué bonitas. Me doy cuenta de que éstos doce años juntos están hoy aquí, en mis manos. Tibios, sinceros, vividos de verdad, con hijos y todo.
Y no es que no lo supiera, pero no es lo mismo saber, recordar, analizar, subrayar, clasificar, razonar, conjugar.., que palparlos de repente en un presente muy presente.
Palparlos en una realidad que supera las leyes de la física, porque… ¿Cómo explicar que en éste momento actual soy capaz de sentir con total nitidez lo que sentí cuando te conocí? ¿Qué a la vez que siento eso, estoy inmersa en las sensaciones de aquella excursión a la presa vieja de Valmayor del verano del 2004? Y en la emoción de caminar por Corrientes de tu mano, en la presencia de las estrellas sobre nuestras cabezas en Iguazú, nuestros ojos el día que adoptamos a Celta, el corazón a mil aquel día de verano tumbada bajo mi olmo favorito sabiendo, a pesar de que era imposible, que dentro de mi vientre crecía nuestra hija, el tacto de tus manos protectoras acariciándola por primera vez, tu voz en sueños diciéndome que me amas, las olas del Mediterráneo meciendo a nuestro hijo en mi vientre, y tu mirada vigilante no sea que las olas sean demasiado fuertes… tu beso en mi hombro esta mañana creyéndome dormida.
Todas las emociones en una sola. Miles, millones de chispas de electricidad que brotan del corazón y erizan el vello de mis muslos, humedecen mis ojos, agitan mi melena, me sacuden y me arrancan carcajadas de cuarentañera que despiertan algo, a saber qué, en el conductor de adelante.
Y por si a todo ello le hiciera falta una banda sonora, Javier Bergia en la radio cantando al Planeta Tierra. Y yo hoy, mas planeta, mas Universo que nunca… me ruborizo al escucharle creyendo que va por mí.