Hace unos años experimenté algo, muy, pero que muy difícil de explicar, que me transformó profundamente para siempre. Lo identifiqué como uno de esos momentos de apertura de conciencia que suponen un punto de inflexión, aunque éste era diferente a otros anteriores.
Sin entrar en detalles, lo que ví y sentí, me cambió en muchos aspectos de mi vida. Entre otras cosas, me llevó a una renovación en mi trabajo como facilitadora.
Entre todo lo que se me permitió ver, se mostró ante mis ojos un grotesco panorama en torno al mundo en el que me desenvolvía, el de las terapias… un peligroso juego o lucha de egos que contaminaban tristemente aquello en lo que muchos de los que habíamos decidido dedicar nuestra labor profesional, creíamos firmemente.
Y lo peor y más doloroso, fue comprender que entrar en ese juego, era más fácil de lo que podía imaginar.
Me gustaba decir hasta entonces que yo era muy «flower-power», lo que para mí significaba que todo y todos eran bienvenidos. Me encantaba esa filosofía, hasta que (por fín), me di cuenta que ese cartel de bienvenida, favorecía que aquellas personas que no se comprometían con su avance espiritual, se entregaran al juego y dañaran aquello en lo que creía.
Entonces decidí que aquel «todo vale» se acabaría para siempre. Hice unos votos firmes y sinceros conmigo misma para nunca más volver a estar involucrada en cualquier acto, por pequeño que fuera, que estuviera relacionado con el mal uso de las herramientas que considero sagradas.
Ha pasado mucho tiempo desde aquello y he aprendido que no se debe bajar la guardia. El trabajo personal debe ser serio y constante, coherente y comprometido, y debe serlo siempre, cada día, pues en cuanto te descuidas el ego entra en el juego y te mete en líos.
Así que hoy, renuevo mis votos con mas amor y fuerza que nunca… y lo seguiré haciendo. Por amor a mi misma y a las almas que me reconozcan.
Nos amo.